En uno de sus más afamados poemas Bertol Brecht decía –palabras más, palabra menos- así:
El joven Alejandro conquistó la India
¿El sólo?
César venció a los galos
¿No llevaba siquiera a un cocinero?
Felipe II lloró al saber su flota hundida
¿Nadie más lloró?
Federico de Prusia ganó la guerra de los 7 Años
¿Quién venció además de él?
Un triunfo en cada página
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre
¿Quién pagó sus gastos?
A tantas historias,tantas preguntas.
Si leemos un libro y a nuestra cabeza acude la pregunta de cómo se hizo, un resorte casi automático nos pone en la senda de la figura del autor. ¿Quién era? ¿cómo concibió la obra? ¿qué objetivos perseguía? ¿de qué tradiciones se alimentó? ¿cómo articuló el relato? ¿qué novedad introdujo en su forma o contenido? Sin embargo, huelga decirlo, el proceso de producción de un objeto intelectual –en nuestro caso, de un libro- desborda el marco de estas cuestiones, podríamos denominar, internas o intra-textuales. Cualquiera que haya publicado corroborará este punto. Y sin embargo, el mito “autor-obra” es tan poderoso que, incluso aquellos que sabemos de la complejidad del proceso de producción y circulación de los textos, caemos embaucados por el encanto de tan añeja fábula. Pero si el lector tuviera a bien trasladar el mensaje del poema de Brecht a los libros que caen en sus manos, debería preguntarse por qué o quiénes, más allá de los autores, contribuyeron a que esas obras llegaran hasta él.
Recuerdo una curiosa anécdota que leí en el fabuloso trabajo de Edmund Wilson Hacia la estación de Finlandia. Según relata Wilson, fue la lectura de diversos ensayos del filósofo marxista Antonio Labriola lo que introdujo definitivamente a Trostky en el universo del materialismo histórico. Pero lo realmente interesante es que en ese momento Trostky se encontraba encarcelado en Odessa y además no leía una palabra de italiano. Alguien (o algunos), deduzco, tradujo esos textos al ruso, los editó en medio de un régimen censor y represor y, no contento con eso, hizo que llegaran a un prisionero confinado en régimen de aislamiento.
Las tribulaciones que han acompañado la publicación de nuestro trabajo Filosofía y Ciudadanía para el curso de I de Bachillerato no han sido tan fabulosas como las que atravesaron los textos de Labriola. Las condiciones mandan: en la España post-transición –a diferencia de en la Rusia imperial- tenemos rey, pero no zar; la censura es económica antes que política; los destinatarios de la obra están confinados en las aulas del estado (o de la iglesia), no en sus cárceles (o conventos); y, finalmente, ningún agente revolucionario será el encargado de distribuir nuestro trabajo, sino un agente comercial, puede que tan convencido como el bolchevique de la justicia de su labor, pero con objetivos bien distintos. Que no se me malinterprete: me congratulo por ello pese a que cualquier comparativa entre nuestro caso y la aventura de los textos de Labriola arroja un evidente déficit de romanticismo y heroicidad en nuestra contra.
Y sin embargo, tampoco la producción y circulación de Filosofía y Ciudadanía ha estado exenta de problemas y dificultades. De entrada, hubo que rehacer el equipo cuando no se había realizado ni un tercio del trabajo. Llegado el momento, tuvimos la suerte de contar con mis amigos y compañeros Juanma Latorre y Francisco Dávila, que realizaron un trabajo ejemplar y eficaz –hasta tal punto que la editorial Edelvives les ha encargado la elaboración de la Historia de la Filosofía de II de Bachillerato; proyecto para el que, por cierto, cuentan con el “fichaje estrella” de José Luis Moreno Pestaña-. Afortunadamente, nuestro libro concluyó dentro de los plazos necesarios para su correcta comercialización. El lector, profesor o alumno de bachillerato, tendrá así acceso a un trabajo de filosofía –en mi humilde opinión- actualizado y crítico. Esperamos que sea del agrado de ambos.
Sin embargo, si realmente así es y el lector, llevado por su satisfacción y curiosidad tiene a bien preguntarse por quienes realizaron este trabajo, me gustaría recordarle el poema de Brecht e invitarle a que pensara si César conquistó las Galias sin ayuda. Y dada la pregunta, debo remitir al curioso lector a la figura de nuestro editor Francisco Martínez. Amante de la música y de otros placeres que aderezan este valle de lágrimas, su labor ha sido la clave de la victoria de Prusia en la Guerra de los 7 Años. Esta labor, más allá de las competencias técnicas necesarias en su profesión, ha adquirido dos dimensiones que, he podido aprender, constituyen virtudes irrenunciables en todo buen editor. En primer lugar, capacidad para manejar las relaciones entre los autores y entre éstos y los “órganos de decisión” de la editorial. Trabajar en equipo resulta mucho más enriquecedor que hacerlo de forma individual, pero sin duda también acarrea peligros evidentes. Son estos peligros los que Paco ha sabido conjurar, si no siempre antes de que se materializaran -hablamos de un buen editor y no del oráculo de Delfos- sí una vez que era necesario volcar todo el buen tino posible en su resolución. Con su generosidad, son varias las bombas de relojería que ha logrado desactivar. Entre ellas, y enlazo con la siguiente virtud, el haber puesto los medios para recuperar la confianza en un proyecto que llegado el caso, parecía tambalearse y por el que nadie apostaba un euro, yo incluido. Paco ha sido quien, por continuar con la metáfora pirotécnica, alentó la fe en que el edificio no iba a saltar por los aires. Como diría Brecht, él ha preparado los festines y ha pagado los gastos.
Me llegan rumores de que el libro está gustando en las “altas esferas” de la editorial. Se auguran buenas ventas. Esto me llena de gozo al pensar, no sólo en mi magro bolsillo, sino en el hecho de que nuestras ideas, esa concepción crítica de la filosofía que hemos intentado plasmar en la obra, puedan alcanzar una notable difusión. Si, como esperamos, este trabajo contribuye finalmente a extender un ethos intelectual crítico, una capacidad de cuestionar el presente y el pasado con el fin construir de forma autónoma y colectiva el futuro, no será mérito de los autores; al menos no exclusivamente. Este logro, si se diera, es en buena medida de alguien que con su proceder ha conculcado el mito del “autor-obra”. “A tantas historias, tantas preguntas”. Desde México, un fuerte abrazo Paco.
Filosofía y Ciudadanía. Editorial Edelvives. Alejandro Estrella y Manuel Ramírez (coordinadores-autores). Juan Manuel Latorre y Francisco Dávila (autores). Francisco Martínez (editor).
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre
¿Quién pagó sus gastos?
A tantas historias,tantas preguntas.
Si leemos un libro y a nuestra cabeza acude la pregunta de cómo se hizo, un resorte casi automático nos pone en la senda de la figura del autor. ¿Quién era? ¿cómo concibió la obra? ¿qué objetivos perseguía? ¿de qué tradiciones se alimentó? ¿cómo articuló el relato? ¿qué novedad introdujo en su forma o contenido? Sin embargo, huelga decirlo, el proceso de producción de un objeto intelectual –en nuestro caso, de un libro- desborda el marco de estas cuestiones, podríamos denominar, internas o intra-textuales. Cualquiera que haya publicado corroborará este punto. Y sin embargo, el mito “autor-obra” es tan poderoso que, incluso aquellos que sabemos de la complejidad del proceso de producción y circulación de los textos, caemos embaucados por el encanto de tan añeja fábula. Pero si el lector tuviera a bien trasladar el mensaje del poema de Brecht a los libros que caen en sus manos, debería preguntarse por qué o quiénes, más allá de los autores, contribuyeron a que esas obras llegaran hasta él.
Recuerdo una curiosa anécdota que leí en el fabuloso trabajo de Edmund Wilson Hacia la estación de Finlandia. Según relata Wilson, fue la lectura de diversos ensayos del filósofo marxista Antonio Labriola lo que introdujo definitivamente a Trostky en el universo del materialismo histórico. Pero lo realmente interesante es que en ese momento Trostky se encontraba encarcelado en Odessa y además no leía una palabra de italiano. Alguien (o algunos), deduzco, tradujo esos textos al ruso, los editó en medio de un régimen censor y represor y, no contento con eso, hizo que llegaran a un prisionero confinado en régimen de aislamiento.
Las tribulaciones que han acompañado la publicación de nuestro trabajo Filosofía y Ciudadanía para el curso de I de Bachillerato no han sido tan fabulosas como las que atravesaron los textos de Labriola. Las condiciones mandan: en la España post-transición –a diferencia de en la Rusia imperial- tenemos rey, pero no zar; la censura es económica antes que política; los destinatarios de la obra están confinados en las aulas del estado (o de la iglesia), no en sus cárceles (o conventos); y, finalmente, ningún agente revolucionario será el encargado de distribuir nuestro trabajo, sino un agente comercial, puede que tan convencido como el bolchevique de la justicia de su labor, pero con objetivos bien distintos. Que no se me malinterprete: me congratulo por ello pese a que cualquier comparativa entre nuestro caso y la aventura de los textos de Labriola arroja un evidente déficit de romanticismo y heroicidad en nuestra contra.
Y sin embargo, tampoco la producción y circulación de Filosofía y Ciudadanía ha estado exenta de problemas y dificultades. De entrada, hubo que rehacer el equipo cuando no se había realizado ni un tercio del trabajo. Llegado el momento, tuvimos la suerte de contar con mis amigos y compañeros Juanma Latorre y Francisco Dávila, que realizaron un trabajo ejemplar y eficaz –hasta tal punto que la editorial Edelvives les ha encargado la elaboración de la Historia de la Filosofía de II de Bachillerato; proyecto para el que, por cierto, cuentan con el “fichaje estrella” de José Luis Moreno Pestaña-. Afortunadamente, nuestro libro concluyó dentro de los plazos necesarios para su correcta comercialización. El lector, profesor o alumno de bachillerato, tendrá así acceso a un trabajo de filosofía –en mi humilde opinión- actualizado y crítico. Esperamos que sea del agrado de ambos.
Sin embargo, si realmente así es y el lector, llevado por su satisfacción y curiosidad tiene a bien preguntarse por quienes realizaron este trabajo, me gustaría recordarle el poema de Brecht e invitarle a que pensara si César conquistó las Galias sin ayuda. Y dada la pregunta, debo remitir al curioso lector a la figura de nuestro editor Francisco Martínez. Amante de la música y de otros placeres que aderezan este valle de lágrimas, su labor ha sido la clave de la victoria de Prusia en la Guerra de los 7 Años. Esta labor, más allá de las competencias técnicas necesarias en su profesión, ha adquirido dos dimensiones que, he podido aprender, constituyen virtudes irrenunciables en todo buen editor. En primer lugar, capacidad para manejar las relaciones entre los autores y entre éstos y los “órganos de decisión” de la editorial. Trabajar en equipo resulta mucho más enriquecedor que hacerlo de forma individual, pero sin duda también acarrea peligros evidentes. Son estos peligros los que Paco ha sabido conjurar, si no siempre antes de que se materializaran -hablamos de un buen editor y no del oráculo de Delfos- sí una vez que era necesario volcar todo el buen tino posible en su resolución. Con su generosidad, son varias las bombas de relojería que ha logrado desactivar. Entre ellas, y enlazo con la siguiente virtud, el haber puesto los medios para recuperar la confianza en un proyecto que llegado el caso, parecía tambalearse y por el que nadie apostaba un euro, yo incluido. Paco ha sido quien, por continuar con la metáfora pirotécnica, alentó la fe en que el edificio no iba a saltar por los aires. Como diría Brecht, él ha preparado los festines y ha pagado los gastos.
Me llegan rumores de que el libro está gustando en las “altas esferas” de la editorial. Se auguran buenas ventas. Esto me llena de gozo al pensar, no sólo en mi magro bolsillo, sino en el hecho de que nuestras ideas, esa concepción crítica de la filosofía que hemos intentado plasmar en la obra, puedan alcanzar una notable difusión. Si, como esperamos, este trabajo contribuye finalmente a extender un ethos intelectual crítico, una capacidad de cuestionar el presente y el pasado con el fin construir de forma autónoma y colectiva el futuro, no será mérito de los autores; al menos no exclusivamente. Este logro, si se diera, es en buena medida de alguien que con su proceder ha conculcado el mito del “autor-obra”. “A tantas historias, tantas preguntas”. Desde México, un fuerte abrazo Paco.
Filosofía y Ciudadanía. Editorial Edelvives. Alejandro Estrella y Manuel Ramírez (coordinadores-autores). Juan Manuel Latorre y Francisco Dávila (autores). Francisco Martínez (editor).