Palabras de bienvenida

Hoy, 97 aniversario del comienzo de la revolución mexicana, abro este espacio que espero sirva como punto de encuentro y reflexión a lectores, colegas y amigos. A todos, bienvenidos.
El que ahora escribe reconoce que no se encuentra fuera de la ballena. Forma parte de ella, al igual que todos y cada uno de nosotros. Es más, hijo de su tiempo y de su mundo, no goza de la absoluta certeza de que existan lugares fuera de alguna variedad de cetáceo. Reconocer estos hechos no tiene nada de derrotismo. Todo lo contrario. Nada ayudó tanto a otras generaciones a combatir al monstruo como reconocer que se encontraban dentro de él y descubrir exactamente el lugar que ocupaban en sus tripas. De nada sirve autodenominarnos libres si no sabemos hasta qué punto no lo somos.
Este será uno de los objetivos de este espacio. Colaborar con tantos otros a hacer consciente aquello que nos domina inconscientemente. Este proyecto crítico es de por sí un incomodo movimiento en el intestino del leviathan. Pues reconocer que hemos sido engullidos no quiere decir que aceptemos una sumisa digestión. El presente es un campo de posibilidades, un espacio de inflexión, de tendencias y direcciones. Y aunque no existan soluciones últimas, aunque ninguno de nosotros sea finalmente escupido hacia la orilla de alguna playa, nos mantendremos en constante movimiento hacia fuera de la ballena.
Salud a todos y que el viento de la historia os sonría

Hacia fuera de la ballena desde la historia social e intelectual

Aquello a lo que me dedico -afortunadamente no a tiempo completo- también habita el interior de la ballena.
El término historia intelectual no es muy de mi agrado. En primer lugar porque tiene el defecto de contribuir a la fragmentación de la disciplina, al acotar un dominio de estudio definido exclusivamente por criterios temáticos. De esta forma, bajo la etiqueta de "historia intelectual" se da cita lo más variopinto de la profesión unido, eso sí, por un rótulo que da cobertura académica a redes de investigadores, subvenciones, publicaciones y congresos.
Creo sin embargo que las divisiones y alianzas verdaderamente productivas tienen lugar primordialmente en torno a criterios teóricos. Cuando la historia social hizó su entrada triunfal en la academia lo hizo gracias, no desde luego a su innovaciones temáticas -esto, en todo caso fue una consecuencia- sino a que bajo su rótulo se escondía una apuesta teórica relativamente coherente. Es mas, no sólo relativamente coherente, sino decididamente crítica. La historia social mostraba que tras los acontecimientos políticos y las decisiones personales se ocultaba todo un inconsciente social que posibilitaba y condicionaba esos acontecimeintos y esas decisiones. Mostraba que detrás de los reyes estaban los pueblos, que detrás de los individuos se sitúaban las clases sociales, que detras de los eventos se ocultaban las estructuras.
Y esta es precisamente la segunda razón por la que el término historia intelectual no es de mi agrado. Digamos que, el rótulo no sólo no remite a una apuesta teórica, sino que su práctica -en mayor parte- adolece de una autocomplaciencia exasperante. El historiador, tan presto a desencantar al resto de los humanos y a sus prácticas, es reacio a hacerlo con los que, como él, se dedican a la producción de bienes intelectuales.
Por estas razones he decidido usar el término historia social e intelectual. La noción no remite a dos especialidades temáticas unidas, a la vez que separadas, por una conjunción. Remite a la puesta en práctica de un ejercicio crítico sobre la propia mirada intelectual. Un ejercicio a través del cual se arroje luz sobre el inconsciente social que posibilita y condiciona las producciones intelectuales. En definitiva, se trata de un intento de desocultar la dominación oculta que late tras nuestra profesión.
La finalidad última de este ejercicio no es crear una nueva subdisciplina académica. Es investigar y experimientar herramientas que puedan ser incorporadas, dentro de lo posible, en el trabajo cotidiano de cualquier historiador. Es plantar cara a la particular dominación que nos atenaza como ocupantes de una peculiar posición en la produccion social. Es contribuir a que la historia vire hacia fuera de la ballena.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Atropello académico

Con motivo del atropello del que ha sido víctima nuestro compañero Carlos Aguirre por parte de un tribunal perteneciente al Sistema Nacional de Investigadores de México, nos solidarizamos desde aquí con su persona y reproducimos la carta de protesta que él mismo envió y fue publicada por la Revista Proceso.


Señor director:


Permítame difundir esta carta para el director del Sistema Nacional de Investigadores, doctor Francisco Xavier Soberón Maneiro.

En México, donde hoy reina la impunidad política y jurídica, también parece reinar la impunidad académica. Al respecto, denuncio un acto arbitrario, vergonzoso e injusto, realizado en mi contra por la Comisión Dictaminadora de Humanidades y Ciencias de la Conducta del SNI, en la que participan, entre otros, los historiadores Guillermo Palacios, Juan José Saldaña y Mario Cerutti.

Fui evaluado por el trabajo de los últimos cinco años, con el resultado de ser reubicado del nivel 2 del SNI al nivel 1. Algunas de las razones que se esgrimen son:

1. Que no publiqué en “revistas de calidad internacional y arbitraje estricto”. Esta afirmación raya en el sinsentido. En estos cinco años publiqué 44 artículos (entre ediciones, reediciones y traducciones de mis textos), en revistas como Review, de la State University of New York; Comparativ, de la Universidad de Leipzig; Diálogos con el Tiempo, del Instituto de Historia Universal de la Academia de Ciencias de Rusia; Revista Colombiana de Sociología, de la Universidad Nacional de Colombia; Le Monde Diplomatique. Edición Polonia, o Lutas Sociais, de la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo, entre otras. Es decir, en las revistas de esos países más reconocidas internacionalmente, que realizan arbitrajes rigurosos de todos los ensayos que publican.

2. Que debo “diversificar las revistas en que publico”. Esto parece una mala broma de la comisión. Difundí mis artículos en 22 diferentes revistas, impresas y electrónicas, de 10 países (México, Alemania, Italia, Brasil, España, Colombia, Rusia, Estados Unidos, Argentina y Polonia) y en siete idiomas (español, alemán, italiano, portugués, ruso, inglés y polaco).

3. Que “no presenté producción científica en libros publicados en editoriales de prestigio académico”. Otra vez una afirmación ridícula. En los cinco años reportados publiqué 38 libros, editados en seis idiomas y en 12 países, entre ediciones, reimpresiones y traducciones. Lo hicieron Editorial Era, de México; El Viejo Topo y Montesinos, de España; la Editorial de la Universidad de Leipzig, en Alemania; el Centro Juan Marinelo, de Cuba; L’Harmattan, de Francia; Papirus y Cortez Editora, de Brasil; Editorial LOM, de Chile; Editorial Krugh, de Rusia; las universidades de Maringá y de Londrina, también de Brasil; la Universidad de San Carlos, de Guatemala, y Shandong University Press, de China, entre otras. ¿No son estas editoriales de prestigio académico?

Soy víctima de una injusta evaluación, pues estoy convencido de que ninguno de mis evaluadores tiene siquiera la décima parte del currículum vítae y de los logros míos, lo que puede fácilmente comprobarse cotejando nuestros respectivos historiales académicos.

Y me pregunto: ¿Quién evalúa a estos evaluadores del SNI? ¿Qué sucede cuando ellos no están capacitados para juzgar a uno de sus pares? ¿Cómo hacemos frente a sus errores, sus limitaciones, sus envidias y recelos frente a la historiografía realmente crítica? ¿Cómo enfrentamos su mezquindad y su prepotencia al evaluar un trabajo que no comparten, que no comprenden y que, por lo tanto, no pueden apreciar correctamente?

Confieso no saber las intenciones de esta injusta evaluación de mi trabajo intelectual por parte de esa comisión. Pero declaro públicamente que no logrará, en ningún caso, hacerme abdicar de la vocación crítica y del carácter independiente que, orgullosamente, he tratado siempre de darle a todo mi trabajo intelectual.

Como dice el sabio refrán popular: “No se puede tapar el sol con un dedo”. Por eso me reconforta el hecho de pensar que el tiempo pondrá a todos y cada uno en el lugar que realmente nos corresponde. ¡Al tiempo!

Atentamente

Doctor Carlos Antonio Aguirre Rojas

Carlos Rios sobre Vuelta de Siglo de Bolívar Echeverría


Mi amigo y compañero Carlos Ríos pública una interesante reflexión en torno al nuevo trabajo del pensador marxista Bolívar Echeverría Vuelta de Siglo acreedor del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2007. Una obra compleja, vibrante e incómoda para algunos. Espero que la atinada reflexión de Carlos -publicada en el número 11 de Contrahistorias- invite a su lectura.

Dialéctica del siglo XX. A propósito de Vuelta de Siglo, de Bolívar Echeverría

1. Para un historiador interesado en el sentido del siglo XX, es difícil imaginar un texto más complejo que Vuelta de siglo, de Bolívar Echeverría. Al leerlo da la impresión de que el autor, cuya condición de filósofo le ha permitido mostrar la dialéctica del iluminismo de una época en tránsito de prefigurar otra, esconde, por el contrario y de manera enigmática, a un poeta que contempla -al igual que el ángel de la historia- las ruinas del mundo moderno que el resplandor de la modernidad capitalista y el ideal de progreso han pretendido ocultar. Y este carácter intelectual de Bolívar Echeverría es lo que representa, a su vez, el rasgo principal del libro, característica que, en ocasiones, hace parecer al autor como inseparable de su creación.
Vuelta de siglo no es una ‘historia’ del siglo XX, de sus acontecimientos o de sus personajes, sino un descubrimiento de sus claves de acceso que, a modo de síntomas, de indicios, en un ejercicio de ‘pasar el cepillo de la historia a contrapelo’, muestran las cicatrices, los actos fallidos, la indiferencia y la negación de lo otro, que representan la ‘indefinición de sentido’, la ‘definición en suspenso’ en que parece encontrarse la historia actual. Es por ello que cuando Bolívar Echeverría dice que “no parece desatinado contar la historia del mundo moderno como una sucesión de los intentos que él ha hecho de resistirse a la esencia de su propia modernidad” (p.12) se refiere al hecho de que estos intentos son la señal de alarma de un peligro latente, de este carácter fragmentario o insuficiente de la propia historia, que hace que la tarea sea, precisamente, su desencubrimiento: practicar la historia (en este caso, del siglo XX) como desencubrimiento.
Para Bolívar Echeverría la identificación del instante en el que emergen los actos fallidos, los pasados que esperan la cita con el presente, las historias de los oprimidos que han sido expulsadas de la gloria de la historia de los vencedores, constituye el ‘sexto sentido’, el ‘olfato’ del historiador. Ese mismo ‘olfato’ al que se refería Marc Bloch cuando, en una metáfora, advertía que el historiador “se parece al ogro de la leyenda [porque] ahí donde olfatea la carne humana, sabe que está su presa”. La identificación de ese instante que se asoma reflejando en el presente toda su actualidad no constituye solamente de una virtud, sino que es toda una pre-condición del trabajo del historiador. Es una opción que puede convertirse en elección. Y a lo largo de las páginas, el autor cuenta una historia y enseña cómo es posible escribirla de acuerdo con la idea de Benjamin, de que “ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si este vence”.
Esto recuerda que la mirada del ángel de la historia no es una visión preciosista, un culto al tiempo que se ha ido, una autoconciencia de la historia que se asumiría dentro del reino de los muertos, como una devastación del propio género humano. La mirada del ángel, por el contrario, pretende “redimir al pasado”, apartarlo de las brumas en que ha sido sepultado por la historia de los vencedores para volverlo actual, para transformarlo en “el instante de peligro”, en “la chispa de la esperanza”, otorgándole una “vigencia vengadora” donde “el acontecer está por decidirse en el sentido de la claudicación o en el de la resistencia o rebeldía ante el triunfo de los dominadores” (p.128) como bien señala el autor.
Es frente a esta disyuntiva, de estos dos escenarios de claudicación o rebeldía, que se manifestarían, a favor o en contra, de un enemigo formidable que “no ha dejado de vencer”, donde la mirada a contracorriente adquiere toda su radicalidad, toda su actualidad. En esta mirada del ángel, que Bolívar Echeverría comparte sólo en el sentido de una superación de la catástrofe, existe una concepción de la historia y del tiempo de la historia. Él concibe la historia (una concepción heredada de Walter Benjamin y compartida con él), como una sucesión de rupturas, de hechos fallidos, de experiencias mutiladas que se hacen visibles a pesar de la prohibición de la historia de los vencedores, de la fatalidad del progreso, y de las ilusiones de la modernidad, mostrándose como un ‘relámpago’ que brilla sobre esta historia que oculta, que engaña, que pretende ser un relato apacible y acumulativo, basado en la expropiación de la experiencia de los oprimidos. ‘Historia de la negatividad de los sucesos históricos’, que sobrevive y subyace en la historia de los dominadores a pesar de haber sido desechada y supuestamente vaciada de su contenido rebelde o contestatario, pero que todavía está ahí; no bajo la forma de un pasado vencido o muerto, sino como el recuerdo de una advertencia, como una premonición de un retorno que irrumpirá en el presente con fuerza, llenándolo de contenido.
Es un discurso histórico sobre la experiencia que el género humano tiene de un fracaso sin fin, en un sentido adverso a la emancipación humana, a la construcción de un mundo para la vida. Pero para Bolívar Echeverría este no es un discurso que pretenda invitar a pensar en la imposibilidad de romper con el continuum marcado por la presencia victoriosa del valor que se autovaloriza; por el contrario, invita a pensar en vez de un destino ineluctable, en una tendencia en la que, a pesar de todo, todavía existe la posibilidad de encender una chispa de esperanza que permita vislumbrar un mundo alternativo, un mundo posible. Aunque esta posibilidad de transformación –un horizonte de expectativa- no es un discurso que tendría la misión de anunciar el predestinado advenimiento de la ‘fiesta de los oprimidos’, que acudiría a su propia cita con la historia en un momento en que el calendario marque la fecha de las revoluciones, sino que parte de la idea de que el pasado está vivo, que actúa sobre el presente modificándolo incesantemente, otorgándole un perfil determinado, concediéndole su propio sentido. Este horizonte de expectativa radica en la capacidad que tiene el presente de rescatar, de no olvidar lo que en él acontece, y de acudir, a “la cita que tiene con el pasado y que lo tiene en deuda con él” (p.128) desatando, entonces, su “vigencia vengadora”.

2. Por encima de la diversidad de los temas, Vuelta de siglo es un punto de encuentro, de cita. Lo es en el sentido en que la mirada escudriñadora, de latente inconformidad y a contracorriente, se suma al principio dialéctico y materialista; pero lo es también porque en este libro se reúnen los principales temas que el autor ha estudiado durante tres décadas: el estudio de la obra de Marx, el discurso crítico de Marx; la preocupación sobre el concepto de cultura, y el esfuerzo de aportar en la construcción de de una teoría materialista de la cultura; y el Ethos barroco, como clave de una propuesta, de un abordaje muy original aplicable a una cierta interpretación de la historia de América Latina.
De tal suerte que este libro representa una condensación de la experiencia que, sobre estos temas, ha adquirido el autor. Mas no por el hecho de que éste sea una simple compilación de temas “reunidos” por él, sino porque tiene un carácter excepcional, un lugar de excepción. En primer lugar, está el hecho de que es un libro escrito por un militante político –sutilmente oculto al igual que el poeta- que se auto-contiene, que se dota a sí mismo de una disciplina, para regular o controlar el desbordamiento de la apreciación sobre la capacidad transformadora de la voluntad humana, anteponiendo -en la medida que le es posible- al científico frente al militante político; sin que este procedimiento signifique una represión de su sensibilidad o una renuncia consciente del optimismo, de la posibilidad de la utopía. En segundo lugar, este carácter excepcional le está conferido porque las ideas de este pensador, tan abstractas y penetrantes, tan sutiles y prudentes, están siendo escritas en un momento de inflexión histórica como pocos han existido en la historia moderna. En esta hora decisiva, en esta época que prefigura otra muy distinta “cuando el ascenso de la barbarie global parece aún detenible” (p.39) el discurso crítico de Bolívar Echeverría es todavía difícil de ser pensado en toda su radicalidad. Pareciera que el sujeto social al que él le escribe –inmerso en un mundo donde el “realismo político” y la “revolución” todavía se entremezclan cotidianamente, en el que si incluso la política nos concierne a todos no es posible que por ello pueda pedirse que todos desarrollen por ella una pasión especial-, está en una situación tal que le es difícil alcanzar el nivel de exigencia de acuerdo con las altas demandas epistemológicas, éticas y políticas planteadas por este mismo discurso crítico.
Pero no se trata de un carácter inadecuado o extemporáneo (lo que invitaría a pensar en una casi imposibilidad de comprenderlo) sino de una divergencia de las miradas, de la posibilidad de ver lo mismo con idéntica profundidad, lo que propiciaría que la “cita” entre ambos se diera en momentos distintos. Cuando se cree haber alcanzado al autor, el lector advierte, con sorpresa y admiración, que las ideas que uno y otro ven, a pesar de ser las mismas, la desigual capacidad de penetración las hace parecer diferentes. Pareciera, entonces, que el lector común tiene todavía la dificultad de asimilar en toda su radicalidad la finura del lenguaje, la mirada dialéctica, el materialismo creativo, la visión de larga duración que constituirían el núcleo de este discurso crítico de Bolívar Echeverría. Un discurso que mantiene una extraordinaria vitalidad y actualidad, precisamente por el hecho mismo de su radicalismo potencial, que permite descifrar “el sentido enigmático que representan los datos más relevantes de esta vuelta de siglo”, (p.14) e invita a pensar en un modo de comprensión del mundo actual, en una posibilidad de un cambio que “tiene que ser radical, de orden y profundidad civilizatorios” (p.116) para evitar la catástrofe y crear un sistema histórico alternativo al capitalista.
Este es el punto de partida de la caracterización de nuestra época. Es una visión que a partir de una doble matriz, tanto dialéctica como de larga duración, intenta definir la situación actual –en esta vuelta de siglo- de la historia de la modernidad capitalista, y que al tiempo en que muestra las contradicciones de este proyecto, brinda también elementos de análisis que permiten avizorar las posibilidades históricas de transformación del escenario prospectivo, todavía abierto e indefinido, cuyos caminos podrían ser la profundización de la barbarie o la posibilidad de crear un mundo social alternativo. Y quizá sea este el mensaje profundo, el sentido de Vuelta de siglo: mostrar no sólo este momento en suspenso caracterizado por estas dos opciones históricas que se desarrollan paralelamente aunque con direcciones contrarias, sino también, y de manera aún mayor, la fuerza creativa de la sociedad, la voluntad de cambiar el continuum de la historia yendo en contra de “el sujeto real y efectivo de esa historia moderna que es la acumulación del capital”(p.264) en una acción guiada por una actitud de “ser de izquierda”, definida como una “actitud ética de resistencia y rebeldía frente al modo capitalista de la vida civilizada” (p.263). Sería pues a partir de este “ser de izquierda” que puede construirse, de acuerdo con la advertencia de Bolívar Echeverría, el proyecto de una modernidad alternativa a la capitalista que pueda orientar el tránsito civilizatorio por una vía opuesta a la de la catástrofe, alterando la dirección de la historia en la que estamos hoy, ahora, entrampados.

3. El discurso crítico de Bolívar Echeverría permite descifrar el registro profundo de esta situación de “suspenso” de la historia inmediata, a partir del análisis de aspectos que constituyen la historia de la modernidad capitalista. Aspectos que al ser vistos desde el observatorio del autor dejan de parecer “normales”, “comunes”, aún cuando sean parte de un registro cotidiano, volviéndose “excepcionales”, constituyéndose en señales, en claves de acceso a la comprensión de la múltiple identidad moderna de América Latina, a partir de la redefinición que el autor hace de conceptos como “mestizaje” o “barroquismo”. Y esta elección no impide observar el resto de los temas que representan una imagen centelleante de nuestra época, como la disminución de la importancia de la alta cultura en la vida cultural, que hace “tambalear el uso tradicional, canonizador y jerarquizante de los libros y la lectura” (p.36). O la “religión de los modernos”; el espejismo o encantamiento del carácter de fetiche de la mercancía, donde la confianza en la “mano oculta del mercado” implicaría creer en una “entidad metapolítica”, en un dios revestido, cuya fe se debería a una suplantación del dios arcaico (en un movimiento de rescate y re-actualización), por el valor que se autovaloriza; entre otros importantes temas de los que trata el autor, como la violencia, la nacionalidad o la religiosidad.
Pero son los conceptos de mestizaje cultural y de ethos barroco los que, sintomáticamente, a la vez de constituir la propuesta del autor sobre una re-interpretación de la historia de América Latina, de la particular y multifacética modernidad latinoamericana, representan uno de los aspectos más originales y destacados de la obra de Bolívar Echeverría.
En primer lugar, a partir de la idea de este mestizaje cultural que parece contraponerse lo mismo al racismo (la imagen de “blanquitud” del proyecto de la modernidad europea) que al fundamentalismo indígena (los indios puros, escapados del proceso histórico del mestizaje), el autor considera que el mestizaje no es un “diálogo de culturas” o un simple “encuentro” de dos grupos humanos, sino una simbiosis, un enriquecimiento mutuo de dos civilizaciones con proyectos históricos diferentes y contrapuestos, de los que emerge, propiamente dicho, la modernidad latinoamericana. Pues a pesar de la negación, la suplantación y la destrucción del otro y la imposición de la cultura de los vencedores, (a partir de la Conquista de América; una conquista todavía hoy “inconclusa”, en ciernes, con la intención de completarse) la cultura de los vencidos permaneció latente; sin duda despojada de su magnificencia por haber sido prácticamente mutilada debido a la destrucción de su civilización, pero sin que su alternativa civilizatoria se hubiera agotado, manteniéndose, entonces, en un estrato de experiencia histórica todavía no expropiada o vaciada de su contenido, y que al manifestarse en el registro de la vida cotidiana en una posición de resistencia, intervenía en lo otro y lo forzaba a abrirse, propiciando un involucramiento, una reproducción de las identidades. Cuando Bolívar Echeverría dice que “la forma propia de existencia de las culturas es el mestizaje” (p.204), está señalando que éste mismo sería la estrategia más importante de la reproducción de la identidad social y, para el caso de la cultura latinoamericana, el mestizaje representaría un rasgo distintivo, una “peculiaridad” (p.199).
En segundo lugar, el barroquismo ocuparía un lugar central de la cultura y la modernidad latinoamericanas, como un fenómeno, como una descripción crítica de éstas, como un principio que estructuraría la experiencia de la vida cotidiana, del tiempo cotidiano, donde lo barroco desplegaría tal fuerza que haría posible mostrar la incongruencia de la modernidad capitalista, y al permitir ver su crisis, señalaría también, en el registro profundo de la vida cultural, la necesidad imperiosa de una modernidad alternativa. “El aparecimiento del ethos barroco en América tiene que ver directamente con el hecho de la Conquista” (p.213) dice el autor sobre un principio que reordena y reconfigura el mundo de la vida, la experiencia cotidiana a partir de la inauguración de una posibilidad de reciprocidad, de retroalimentación entre los vestigios, las huellas de las civilizaciones americanas destruidas por la Conquista, cuya situación límite (de fragmentariedad, mas no de caducidad o de total agotamiento de sus capacidades de transformación) les impediría proseguir con su proyecto histórico, debido al hecho de su casi total aniquilación; escenario frente al que los descendientes de estas culturas latinoamericanas tuvieron que inventar “una manera de sobrevivir” ante la presencia victoriosa de la civilización europea en América que, pese a su condición vencedora, no podía reproducirse por sí sola, a partir de sus propias fuerzas, en una temporalidad y espacialidad distintas a las de su matriz originaria.
Esta doble condición de lejanía y cercanía marcada por la mutua necesidad de encontrarse, de “citarse” para no sucumbir aisladamente ante el peso de la exclusión, de la negación de lo otro, creó sobre esta base una comunidad de proyecto civilizatorio en el que los herederos de la civilización vencida, los indios, recrearon a su modo la civilización europea que había destruido la suya (un mundo que se había ido para siempre) para restituirla por una versión diferente, un proyecto alternativo que recuperó lo ya existente recreando una versión distinta de esto mismo: la civilización occidental en América. Situación paradójica que el autor registra de una forma inmejorable: “El fenómeno del mestizaje aparece aquí en su forma más fuerte y característica: el código identitario europeo devora al código americano, pero el código americano obliga al europeo a transformarse en la medida en que desde adentro, desde la reconstrucción del mismo en su uso cotidiano, reivindica su propia singularidad” (p.214).

4. Esta “peculiaridad” de la modernidad latinoamericana que Bolívar Echeverría señala con finura, es una de las diversas claves que la lectura de Vuelta de siglo condensa en una especie de fresco de nuestra época. Es un intento por identificar las imágenes que integrarían una visión del mundo a partir del hecho de imaginarlo menos por la apariencia de un futuro promisorio, que a partir de la insoportable condición que impera en éste, en el cual vivimos. Sería pues un esfuerzo de concebir al mundo desde “la imagen de los antepasados esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados”, como decía W. Benjamin, e identificar las llamadas que el pasado le hace al presente, mostrándole fugazmente su imagen verdadera, como un relámpago que ilumina el cielo de la historia; recordándole, de este modo, que en el tiempo presente se manifiesta con mayor fuerza la actitud transformadora y la acción de las sociedades humanas por alterar el continuum de la historia de los vencedores.
En el discurso crítico de Bolívar Echeverría se encuentra este aspecto paradigmático del intelectual que sabe que la cultura es uno de los más grandes tesoros que se encuentran apilados en la espalda de la humanidad, pero que el compromiso con el presente da la fuerza para sacudírselos para echarles mano, considerando la idea de que si no es posible gobernar nuestra historia a voluntad, sí al menos es posible apropiarnos de ella, tal como ésta relumbra en un instante de peligro.

Se edita el vólumen 11 de Contrahistorias. La Otra mirada de Clio.


En este número 11 de la publicación mexicana, el lector podrá encontrar los siguientes textos.
Bolívar Echeverría: Un concepto de modernidad.
Adolfo Sánchez Vázquez: Crítica y Marxismo.
Carlos Alberto Ríos Gordillo: Dialéctica del Siglo XX. A propósito de Vuelta de siglo, de Bolívar Echeverría.
Jabvier Sigüenza Reyes: La dimensión cultural o la existencia en ruptura. Sobre la teoría de la cultura de Bolívar Echeverría.
Raúl Zibechi: La revolución de 1968. Cuatro décadas después.
Entrevista a Bolívar Echeverría sobre la revolución del 68 en México.
Reinhaar Koselleck: Para una historia de los conceptos: problemas teóricos y prácticos.
Claudia Wasserman: 1810, 1910, 2010. Independecia, Revolución Mexicana, futuros de América Latina.
Carlos Aguirre Rojas: Un nuevo giro hacia la izquierda. La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (entrevista con Marlon Santi).

viernes, 4 de julio de 2008

Boletín de Asociación de Historia ACtual, nº 14

Con la idea de estrechar vínculos entre los itnegrantes de la red internacional que conforma la Asociación de Historia Actual, se decidió recientemente relanzar el proyecto del Boletín de la Asociación, esta vez, en versión online. Más abajo os remito el link del número 14 y el de la colección completa del boletín. En este número 14 podréis encontrar, junto con un buen número de eventos y noticias en los que participan miembros de la Asociación de diferentes países, un monográfico sobre mayo del 68 (Hungría, Egipto, Turquía, etc.) así como algunos análisis sobre la actualidad de algunos países (Finlandia o Estados Unidos); análisis realizados por miembros de la asociación oriundos o residentes en los mismos. Es este mi caso en relación con México. Dado que soy el único integrante de la Asociación que acutalmente reside acá, Julio Pérez Serrano -a quien, entre otras cosas, le debo el haberme enseñado a pensar la historia- tuvo a bien invitarme a escribir un pequeño ensayo sobre la actualidad mexicana. De manera muy impresionista, respondí a su requerimiento lo que, sin embargo, me ha servido para poner en orden algunas ideas sobre las contradicciones y las posibilidades a las que se enfrenta el México de hoy. Agradecer a mi amigo Carlos Ríos -doctorando de la UAM que está realizando un interesantísimo trabajo de investigación sobre Marc Bloch- las indicaciones que me dio a la hora de ordenar esas ideas.

Boletín de AHA, nº 14:

Colección completa:

lunes, 26 de mayo de 2008

El conflicto colombiano II: Colombia hoy, desde una perspectiva histórica


Continuando con el tema planteado en la entrada anterior, me remito a una de las preguntas que en su exposición lanzaba el compañero Miguel Ángel Beltrán: en relación al estado actual del conflicto en Colombia ¿cuál es la interpretación del gobierno colombiano (campo político) y la imagen que trasmite la prensa colombiana (campo periodístico)? En ambos casos, se parte de una premisa básica: en Colombia no hay ningún conflicto armado, sino una lucha contra el terrorismo. Esta premisa viene acompañada de un corolario: es posible derrotar militarmente a la insurgencia; objetivo que, por lo demás, se considera de cercana consecución.
En este marco general se han implementado las denominadas “Políticas de Seguridad Nacional” dentro de una relectura del Plan Colombia. Estas políticas -al margen de las acciones militares que contemplan (v.g. Plan Patriota y control del territorio)- se articulan sobre de una serie de principios; entre los me interesa destacar los siguientes:
1- Lograr la seguridad de todos los ciudadanos involucrando a la población civil a través, por ejemplo, de figuras como el informante.
2- Judicialización del conflicto a todos los niveles mediante la creación de un marco legal o estatuto antiterrorista.
3- Acción “autónoma” de las Fuerzas Militares en términos de organización social legítima.
4- Desmoralización del combatiente mediante una acción a gran escala en los medios de comunicación.
Algunos éxitos parciales logrados en el campo militar han fortalecido la idea, no sólo de que estos principios deben articular la interpretación militarista del conflicto, sino que la estrategia que de ellos se derivan es la adecuada para derrotar a la guerrilla en un plazo razonable. Ahora bien, ¿es esta la única interpretación posible y, en consecuencia, la estrategia adecuada para la resolución del conflicto? ¿cabe aplicar una perspectiva histórica sobre el problema? Finalmente, ¿qué ganaríamos al apostar por una interpretación derivada de dicha perspectiva histórica frente a aquellas que se derivan del campo político y periodístico? A responder a estas preguntas dedicó Miguel Ángel Beltrán buena parte de su intervención aplicando los recursos de dicho enfoque historiográfico a dos aspectos fundamentales: la naturaleza del conflicto colombiano y la naturaleza de la interpretación militarista dominante que acabamos de presentar. Veamos brevemente cada una de ellos y las conclusiones a las que llegamos en el turno de debate.
En primer lugar, ¿cuáles son los vectores fundamentales que –con alto grado de consenso historiográfico- podemos decir que articulan la historia política reciente de Colombia?
1- Incapacidad del estado para dar respuesta a ciertas demandas básicas de la población, especialmente al problema agrario y la postergación de una reforma que palie los efectos más devastadores derivados de dicha problemática.
2- Uso sistemático de la violencia por parte del estado y militarización del vida civil, como demuestra el altísimo número de estados de sitio decretados por los gobiernos (hecho, añadía Miguel Ángel, que ayuda a explicar por qué en Colombia no ha habido golpes de estado como en otros países latinoamericanos).
3- Las características “premodernas” de los partidos dominantes, constituidos como estructuras clientelares y regionales. Partidos, por otro lado, que han mantenido un constante enfrentamiento de carácter armado, como demuestran las 10 guerras civiles –seguidas de sus respectivas 10 constituciones- que acaecieron en la Colombia del siglo XIX (algo que, como nos recuerda Miguel Ángel, nos debe poner en guardia ante el mito de la “más vieja democracia de América Latina”).
4- Exclusión del poder de otras fuerzas sociales con representación política, especialmente de la izquierda. Y esto como consecuencia, no sólo de los mecanicismos que regulan la propia estructura política, sino de sistemáticas persecuciones orquestadas desde los diferentes poderes del estado.
5- Debilidad histórica de los movimientos sociales que podrían constituir un contra-poder a los partidos dominantes; si bien, en momentos muy específicos, sí habrían logrado cierta importancia.
Este sería a grades rasgos el marco de “larga duración” en el que cabe situar el actual conflicto colombiano. Con más de 50 años de duración, dicho conflicto posee un perfil propio por la irrupción de tres actores fundamentales: la guerrilla, los paramilitares y el narcotráfico. Frente a la interpretación del gobierno Uribe que equipara guerrilla y paramilitares y considera al narco como el elemento que lo del que ambos se alimentan; Miguel Ángel ofreció una radiografía de cada uno de estos agentes, mostrando la especificidad de cada uno de ellos: el vínculo entre la guerrilla y la importante base social campesina sobre la que se erige; el papel desempeñado por los paramilitares como elementos de la contra-revolución agraria y la función del narco, en tanto que elemento capaz de corromper la situación creando otro tipo de violencia y ocultando las raíces profundas del problema.
Interpretado en estos términos, Miguel Ángel concluye que la naturaleza del conflicto colombiano, lejos de ser de carácter terrorista-militar, posee una dimensión político-social, que es precisamente la que oculta la interpretación gubernamental y la que ofrecen los medios de comunicación. Finalmente, si el conflicto es de índole político-social es de esperar –señala Miguel Ángel- que pese a los éxitos parciales en el terreno militar y la proyectiva del gobierno, aquel persista de una forma u otra.
Pero entonces, ¿por qué esta dimensión político-social (apoyada en un enfoque historiográfico), desparece de la agenda gubernamental? ¿Sobre que bases se apoya esa interpretación exclusivamente militar del conflicto? Nuevamente recurriendo a la perspectiva histórica, Miguel Ángel nos recuerda la necesidad de vincular la reactualización del Plan Colombia acaecida en el 2002 y que da carta de naturaleza a la solución militar, en el contexto latinoamericano del auge de los gobiernos de izquierdas y, en consecuencia, de la renovada importancia de Colombia para la estrategia norteamericana en el hemisferio. Por otro lado, en el debate se discutió la necesidad de ubicar también el conflicto en un contexto mundial. En este sentido, los vectores que articulan la estrategia del gobierno colombiano constituyen una variante del nuevo paradigma antiterrorista que hizo su entrada en la política internacional a raíz de los sucesos del 11 de septiembre. En torno a dicho paradigma comentamos la mezcla de elementos religiosos y tecnocráticos que caracterizarían a la subjetividad de los grupos sociales que sostienen dicho paradigma. Religioso, en cuanto a las oposiciones que esas subjetividades movilizan a la hora de articular dicho paradigma -y que en buena medida constituyen ramificaciones de la oposición básica bien-mal-. Tecnocrático, en relación a la forma de implementar las políticas basadas en el mismo.
No debe resultar extraño que, dado este repliegue hacia posiciones políticas alimentadas de un sustrato ideológico de carácter religioso, cualquier operación que aspire a trascender dicha interpretación; es decir, adquiera perspectiva hacia el conflicto con el fin prioritario de entenderlo, sea descalificada como connivencia con el terror. Se configura así el escenario ideológico oportuno para insuflar fuerzas a quienes cuestionan la capacidad de la historia para involucrarse en las luchas de su propio presente. Propuestas como las de Miguel Ángel Beltrán nos sitúan en la senda opuesta, pues consiguen rehabilitar en la práctica el potencial crítico que va implícito en la adopción de una perspectiva historiográfica a la hora de interpretar las luchas sociales del presente.

El conflicto colombiano I: la historia actual como problema


La práctica de la historia actual debe encarar una serie de problemas afines a cualquier disciplina con ambiciones científicas: estatus epistémico y régimen de verdad, delimitación de objeto de estudio, técnicas y metodologías adecuadas, utilidad social de sus productos, etc. Sin embargo, en el caso de la historia actual, estos problemas comunes se ven impregnados por una coloración especial derivada de la particular acusación de la que es objeto desde determinados círculos historiográficos.
Esta acusación puede englobarse bajo el rótulo de “falta de perspectiva histórica”. En líneas generales el argumento puede resumirse como sigue: el historiador, inmerso en su “presente histórico”, no puede emitir un juicio al respecto sin evitar que su voluntad expresiva de orden ético-político interfiera y distorsione la objetividad de los resultados. En consecuencia, sólo cabe hablar de historia científica en el caso de aquellos procesos históricos que puedan darse por cerrados: los “objetos del presente” quedan fuera del juicio del historiador. Creo que los basamentos teóricos que sostienen esta estrecha interpretación de la labor historiográfica hacen aguas por doquier. Sin embargo, me centraré exclusivamente en la dimensión política del problema.
Es sabido que la crítica del presente y la posibilidad de poner la ciencia social al servicio de dicha causa forman parte del ideario de cualquier propuesta emancipadora. Dicha convicción se sustenta en el poder desencantador de la ciencia y en su capacidad para desocultar los mecanismos ideológicos de dominación sobre los que se sustenta el estatus quo. En este sentido, una de las posibles estrategias conservadoras –no la única desde luego: la ciencia también puede servir para legitimar el estatus quo- apunta en la dirección de limitar los objetos científicos legítimos a campos indirectamente relacionados con el curso de las luchas sociales actuales. Apelando a la falta de “perspectiva histórica”, la historia actual como ciencia social no sólo queda deslegitimada, sino que indirectamente se nos impele a construir cualquier representación social del presente fundamentalmente a partir de las fuentes que nos ofrece el campo de la política y del periodismo. Pero, ¿acaso el periodismo o la política gozan de mayores credenciales “perspectivistas” que la historia?
La capacidad para adoptar perspectiva hacia un determinado problema depende de dos variables: distancia (ejercer como observador y no como parte implicada en el problema) y tiempo (disponer de octium para escapar a las urgencias con las que dicho problema nos acucia). Dada las funciones sociales que cumplen, las ciencias sociales y la historia se encuentran inmersas en las luchas que estructuran las relaciones de fuerza del universo social. Sin embargo, su dependencia respecto a estos conflictos resulta mucho menos directa que en los casos de la política o del periodismo. Dicho de otro modo, la historia y las ciencias sociales gozan de una mayor autonomía respecto a las determinaciones que ejercen los cambios acaecidos en el universo social que el campo periodístico y el político. Esta mayor dependencia del periodista y el político proviene en gran medida del hecho de que su agenda, estrategias y técnicas son valoradas por el juicio de agentes externos al campo, en un grado mucho mayor que en el caso del historiador; dicho sea de paso, dependencia de juicio externo que no debe interpretarse como virtud democrática (sólo un ideólogo de cortas miras defendería que el sistema capitalista es democrático porque los consumidores juzgan a las empresas cada vez que realizan sus compras).
Pero lo que realmente ahora nos interesa es señalar la siguiente ecuación: a menor independencia, menor perspectiva. Efectivamente, en primer lugar, cuanto más directamente depende la lógica de un campo de las luchas sociales, mayor implicación de sus agentes en dichos conflictos; es decir, menor capacidad para actuar como observador y mayor tendencia a hacerlo de forma partisana. En segundo lugar, esa mayor dependencia también se traduce en una hipoteca temporal. El ritmo que gobierna la lógica del campo goza de magra autonomía respecto a la temporalidad de las luchas sociales. En este sentido, el campo político y el periodístico son especialmente sensibles a cualquier acontecimiento que acaece en el universo social. El ritmo que los regula responde a un tempo événementiel de constante reactualización, en función de las urgencias que impone la lucha social. En otras palabras, a mayor dependencia, menor octium y, en consecuencia, menor perspectiva. En definitiva, dado dicho déficit de perspectiva del que adolece el periodismo y la política en comparación con la historia, cabe concluir que, en la construcción de la representación del presente, aquellos cumplen mucho mejor y más eficazmente su función ideológica que ésta.
¿Qué se nos está pidiendo entonces cuando se nos conmina a que abandonemos las ambiciones de una historia actual apelando al argumento de la “perspectiva histórica”? ¿qué ganamos expulsando a la historia del análisis del mundo actual? o mejor ¿quién gana sancionando el análisis histórico del presente? Al “invitarnos” a abandonar al pretensión de dotar al presente de una perspectiva histórica apelando a una sanción epistémica sostenida sobre en un parco argumento, por no decir sobre una falsa imputación, se nos pide que, a la hora de construir las interpretaciones y juicios sobre las luchas sociales actuales, sustituyamos una disciplina con potencial crítico por unas prácticas donde la función ideológica desempeña un papel mucho más importante. En pocas palabras: menos ciencia y más religión. Por otro lado, con el éxito de esta estrategia disfrazada de axioma científico, los movimientos emancipadores y subversivos que concurren en las luchas sociales actuales quedarían desahuciados de las inapreciables armas de la ciencia que los intelectuales comprometidos con sus causas pueden poner a su disposición. Finalmente, si esto ocurriera, y parafraseando a E.P. Thomspon, “la ballena sonreiría con gesto de aprobación”. Afortunadamente, parafraseando en este caso a F. Engels, “esto no ocurre ni siquiera en Colombia”, como bien puso de manifiesto el pasado día 13 de marzo nuestro compañero Miguel Ángel Beltrán al discutir en un seminario sobre la situación actual del conflicto colombiano; revelador evento sobre el que discutiré en la siguiente entrada del blog.

jueves, 15 de mayo de 2008

Hermanos en la adversidad: el terrorismo global de la economía neoliberal

La actual agenda política mexicana viene marcada en gran medida por el proceso de privatización de PEMEX; proceso que el gobierno panista de Calderón presenta como una reestructuración de la empresa pública con el fin de hacerla más competitiva en el mercado energético global. En otras palabras, bajo una argumentación de carácter técnico se pretende crear las bases de un cambio de régimen en la propiedad de este verdadero símbolo nacional; a la par que se evita una impopular –aunque legalmente necesaria- modificación de la constitución mexicana que sanciona la propiedad pública de los recursos energéticos nacionales. Esta acción se enmarca en el proceso de liberalización de la economía en el que México se encuentra embarcado, al menos de forma explícita, desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio en 1995. Al pensar sobre los efectos que esta política de liberalización económica produce sobre el tejido industrial y energético nacional, me ha venido a la memoria un valiente artículo que escribió mi amigo y profesor Francisco Vázquez -a la sazón catedrático de Filosofía de la Universidad de Cádiz- con motivo del cierre de la planta industrial de Delphi-Generals Motors en la Bahía de Cádiz, durante el pasado 2007. Creo que una relectura del mismo a la luz de los acontecimientos mexicanos no sólo resulta completamente pertinente, sino que nos invita a recordar cómo, parafraseando a Orwell, los efectos perversos de este “proceso mundial”, hermanan a los trabajadores de todos los países.

Terrorismo Global en la Bahía por Francisco Vázquez García
No es descabellado calificar el reciente cierre de Delphi como un acto de terrorismo global. Se trata en efecto de una acción súbita que arrasa con vidas y haciendas y lo hace despreciando a la ley -obsoleto instrumento de esa pieza de museo que es la soberanía nacional- y convirtiendo a las personas en objeto de un cálculo estratégico que sólo ve en ellas la condición de recursos rentables. La diferencia entre el terrorismo de sangre y el terrorismo industrial es que el primero mata ateniéndose a criterios de rentabilidad política mientras que el segundo abandona a su suerte a las víctimas aduciendo imperativos de rentabilidad económica. Todo apunta a que, pese a lo repentino del anuncio, la decisión de ese Ben Laden sin rostro que encarna este género de compañías había sido concertada desde hace años, siguiendo una estrategia tendente a adelgazar paulatinamente la empresa. Aunque el nivel de productividad de la planta fuera más que aceptable y los pedidos no faltaran, la suerte estaba echada; la expectativa de aumentar los beneficios gracias a los bajos costes salariales que ofrecía la instalación de la empresa en otros países era determinante. A veces tiende uno a figurarse que las compañías multinacionales funcionan como grandes monstruos fríos, más o menos monolíticos, donde mentes aviesas rigen los destinos de los gobiernos y de las personas. Nada más equivocado. El cuerpo de la multinacional moderna se asemeja en esto a la estructura celular y descentralizada que presentan las organizaciones terroristas más avanzadas. La firma crea en su interior un sucedáneo de mercado, donde las diferentes unidades productivas compiten entre sí en una desigual lucha darwiniana. Con objeto de atraer la inversión, los Estados del primer mundo compensan los relativamente elevados costes salariales con toda clase de prebendas -desde subvenciones por tipos de contratación hasta la concesión de terrenos e infraestructuras. La compañía vampiriza estos recursos que todos pagamos y cuando estima que hay mayores oportunidades de negocio en otro lugar, cierra la planta y deja en la calle a los empleados; ya se encargará la Administración de solventar el coste social de una operación en la que todo son ganancias. Por cierto, ¿quién paga los gastos sanitarios (alcoholismo, medicación antidepresiva), penales y de orden público (aumento de la conflictividad familiar, incremento de la delincuencia y de la población reclusa) e incluso educativos (crecimiento del fracaso escolar) que acompaña a maniobras tan rentables? Este tipo de bandidaje económico, presentado a veces como el efecto inevitable (colateral) de la globalización de los mercados alienta, paradójicamente, un intervencionismo estatal a gran escala. En primer lugar hay que intervenir para dar facilidades a la inversión; en una segunda vuelta debe intervenirse para paliar los destrozos causados por la misma. Mientras tanto, nuestros gobernantes siguen preocupados con el sexo de los ángeles de la realidad nacional y de los Estatutos reformados; como si la agenda política del país fuera dictada por los nacionalismos periféricos y por sus detractores. ¿Quién habla del deterioro del empleo, especialmente sensible en la provincia con mayor tasa de paro? ¿quién comenta la creciente fractura social entre integrados con acceso al trabajo estable y excluidos, cada vez más etnificados y asociados a la inmigración? ¿quién cuestiona la pérdida del escaso tejido industrial andaluz? Se dirá que la emergente división mundial del trabajo, cosméticamente bautizada de segunda modernización, obliga en Andalucía, y particularmente en Cádiz, a reorientar las economías hacia el sector de la industria turística, por no hablar del floreciente sector inmobiliario. ¿Van a acallar la protesta de la ciudadanía -que ve en el desastre de Delphi la prefiguración de su futuro posible- invocando otra vez la promesa de una California del sur? ¿Es la industria, donde se concentran los nichos de empleo más estable, la enfermedad y el turismo, reino del trabajo flexible y precario, el remedio? Pueden contarle esa milonga a las familias de los operarios de Delphi; pueden añadir la fábula del autoempleo y recordar con admonición la falta de iniciativa que aqueja a los andaluces. Pero ya no van a engañar a nadie, porque el asunto, para las víctimas de este atentado y para la ciudadanía que las respalda, no es ya preguntarse qué nos va a pasar sino afrontar qué podemos hacer.

lunes, 5 de mayo de 2008

Filosofía y sociología en Jesús Ibañez de Jose Luis Moreno Pestaña


Nuestro compañero Jose Luis Moreno ha publicado recientemente un interesante estudio sobre la figura de Jesús Ibáñez. Se trata de un trabajo que resultará de sumo interés para tres tipos de lectores. En primer lugar, para quienes se encuentren interesados en la obra de este relevante pensador, dado que uno de los puntos fuertes del trabajo es la novedosa y arriesgada, a la par que equilibrada interpretación que Pepe nos ofrece al respecto. En segundo lugar, para aquellos lectores preocupados por la práctica de la sociología de los intelectuales. Estos no encontrarán aquí extensas disquisiciones sobre los fundamentos teóricos de este programa de investigación, sino una aplicación sistemática de los herramientas que nos ofrecen diversos autores, útiles para la práctica de este programa, como es el caso de Pierre Bourdieu, Randall Collins o Erwing Goffman. Finalmente, derivado de esta mirada sociológica, también los lectores interesados en la reciente dinámica y evolución del campo intelectual español (del franquismo a la actualidad) encontrán de suma utilidad la lectura de este trabajo. Efectivamente, al aplicar una sociología de los intelectuales, Pepe trasciende la trayectoria del autor objeto de estudio y analiza la totalidad de la red intelectual en la cual aquella se va concretando, dotando de sentido y haciendo al autor "lo que es". En definitiva, sólo recomendar la lectura de un libro que sin duda tendrá importante eco, dada la relevancia del enfoque y de la figura que en el se estudia; así como felicitar al autor por una apuesta sin duda valiente y novedosa. Para terminar, os remito a una jugosa entrevista con el autor respecto a la publicación del trabajo y que apareció en Rebelion el pasado 25 de abril. El primer link os desplaza a la página de Rebelion; el segundo al blog de Pepe donde se reproduce la entrevista íntegramente.


miércoles, 16 de abril de 2008

Libros, autores y alguien más: Editada la obra Filosofía y Ciudadanía para I de Bachillerato


En uno de sus más afamados poemas Bertol Brecht decía –palabras más, palabra menos- así:

El joven Alejandro conquistó la India
¿El sólo?
César venció a los galos
¿No llevaba siquiera a un cocinero?
Felipe II lloró al saber su flota hundida
¿Nadie más lloró?
Federico de Prusia ganó la guerra de los 7 Años
¿Quién venció además de él?
Un triunfo en cada página
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre
¿Quién pagó sus gastos?
A tantas historias,tantas preguntas.

Si leemos un libro y a nuestra cabeza acude la pregunta de cómo se hizo, un resorte casi automático nos pone en la senda de la figura del autor. ¿Quién era? ¿cómo concibió la obra? ¿qué objetivos perseguía? ¿de qué tradiciones se alimentó? ¿cómo articuló el relato? ¿qué novedad introdujo en su forma o contenido? Sin embargo, huelga decirlo, el proceso de producción de un objeto intelectual –en nuestro caso, de un libro- desborda el marco de estas cuestiones, podríamos denominar, internas o intra-textuales. Cualquiera que haya publicado corroborará este punto. Y sin embargo, el mito “autor-obra” es tan poderoso que, incluso aquellos que sabemos de la complejidad del proceso de producción y circulación de los textos, caemos embaucados por el encanto de tan añeja fábula. Pero si el lector tuviera a bien trasladar el mensaje del poema de Brecht a los libros que caen en sus manos, debería preguntarse por qué o quiénes, más allá de los autores, contribuyeron a que esas obras llegaran hasta él.
Recuerdo una curiosa anécdota que leí en el fabuloso trabajo de Edmund Wilson Hacia la estación de Finlandia. Según relata Wilson, fue la lectura de diversos ensayos del filósofo marxista Antonio Labriola lo que introdujo definitivamente a Trostky en el universo del materialismo histórico. Pero lo realmente interesante es que en ese momento Trostky se encontraba encarcelado en Odessa y además no leía una palabra de italiano. Alguien (o algunos), deduzco, tradujo esos textos al ruso, los editó en medio de un régimen censor y represor y, no contento con eso, hizo que llegaran a un prisionero confinado en régimen de aislamiento.
Las tribulaciones que han acompañado la publicación de nuestro trabajo Filosofía y Ciudadanía para el curso de I de Bachillerato no han sido tan fabulosas como las que atravesaron los textos de Labriola. Las condiciones mandan: en la España post-transición –a diferencia de en la Rusia imperial- tenemos rey, pero no zar; la censura es económica antes que política; los destinatarios de la obra están confinados en las aulas del estado (o de la iglesia), no en sus cárceles (o conventos); y, finalmente, ningún agente revolucionario será el encargado de distribuir nuestro trabajo, sino un agente comercial, puede que tan convencido como el bolchevique de la justicia de su labor, pero con objetivos bien distintos. Que no se me malinterprete: me congratulo por ello pese a que cualquier comparativa entre nuestro caso y la aventura de los textos de Labriola arroja un evidente déficit de romanticismo y heroicidad en nuestra contra.
Y sin embargo, tampoco la producción y circulación de Filosofía y Ciudadanía ha estado exenta de problemas y dificultades. De entrada, hubo que rehacer el equipo cuando no se había realizado ni un tercio del trabajo. Llegado el momento, tuvimos la suerte de contar con mis amigos y compañeros Juanma Latorre y Francisco Dávila, que realizaron un trabajo ejemplar y eficaz –hasta tal punto que la editorial Edelvives les ha encargado la elaboración de la Historia de la Filosofía de II de Bachillerato; proyecto para el que, por cierto, cuentan con el “fichaje estrella” de José Luis Moreno Pestaña-. Afortunadamente, nuestro libro concluyó dentro de los plazos necesarios para su correcta comercialización. El lector, profesor o alumno de bachillerato, tendrá así acceso a un trabajo de filosofía –en mi humilde opinión- actualizado y crítico. Esperamos que sea del agrado de ambos.
Sin embargo, si realmente así es y el lector, llevado por su satisfacción y curiosidad tiene a bien preguntarse por quienes realizaron este trabajo, me gustaría recordarle el poema de Brecht e invitarle a que pensara si César conquistó las Galias sin ayuda. Y dada la pregunta, debo remitir al curioso lector a la figura de nuestro editor Francisco Martínez. Amante de la música y de otros placeres que aderezan este valle de lágrimas, su labor ha sido la clave de la victoria de Prusia en la Guerra de los 7 Años. Esta labor, más allá de las competencias técnicas necesarias en su profesión, ha adquirido dos dimensiones que, he podido aprender, constituyen virtudes irrenunciables en todo buen editor. En primer lugar, capacidad para manejar las relaciones entre los autores y entre éstos y los “órganos de decisión” de la editorial. Trabajar en equipo resulta mucho más enriquecedor que hacerlo de forma individual, pero sin duda también acarrea peligros evidentes. Son estos peligros los que Paco ha sabido conjurar, si no siempre antes de que se materializaran -hablamos de un buen editor y no del oráculo de Delfos- sí una vez que era necesario volcar todo el buen tino posible en su resolución. Con su generosidad, son varias las bombas de relojería que ha logrado desactivar. Entre ellas, y enlazo con la siguiente virtud, el haber puesto los medios para recuperar la confianza en un proyecto que llegado el caso, parecía tambalearse y por el que nadie apostaba un euro, yo incluido. Paco ha sido quien, por continuar con la metáfora pirotécnica, alentó la fe en que el edificio no iba a saltar por los aires. Como diría Brecht, él ha preparado los festines y ha pagado los gastos.
Me llegan rumores de que el libro está gustando en las “altas esferas” de la editorial. Se auguran buenas ventas. Esto me llena de gozo al pensar, no sólo en mi magro bolsillo, sino en el hecho de que nuestras ideas, esa concepción crítica de la filosofía que hemos intentado plasmar en la obra, puedan alcanzar una notable difusión. Si, como esperamos, este trabajo contribuye finalmente a extender un ethos intelectual crítico, una capacidad de cuestionar el presente y el pasado con el fin construir de forma autónoma y colectiva el futuro, no será mérito de los autores; al menos no exclusivamente. Este logro, si se diera, es en buena medida de alguien que con su proceder ha conculcado el mito del “autor-obra”. “A tantas historias, tantas preguntas”. Desde México, un fuerte abrazo Paco.

Filosofía y Ciudadanía. Editorial Edelvives. Alejandro Estrella y Manuel Ramírez (coordinadores-autores). Juan Manuel Latorre y Francisco Dávila (autores). Francisco Martínez (editor).

martes, 1 de abril de 2008

Historia Actual On-line número 15


Los compañeros de la Asociación de Historia Actual acaban de publicar el número 15 de la publicación electrónica. Junto con un dossier coordinado por Roberto Germán Fandiño Pérez dedicado a “Cine, Sociedad e Historia Actual”, se publican los siguentes artículos:


Andrés Alberto Masi Rius:El fracaso de la transición pactada. Argentina, 1976-1983
Maria Emilia Prado: Os Intelectuais e a eterna busca pela modernização do Brasil: O significado do projeto nacional-desenvolvimentista das décadas de 1950-60
Tito Tricot: Identidad y política en el nuevo movimiento mapuche
Mgwebi Snail: The Black Consciousness Movement in South Africa: A Product of The Entire Black World
Eduard Masjuan Bracons: El neomalthusianismo ibérico e italiano: un precedente de la ecología humana contemporánea
Carla Luciana Souza da Silva: O “admirável mundo” de Veja: influências sociais de uma revista de informação
Susana Ruiz Seisdedos: La cooperación descentralizada, un nuevo modelo de desarrollo: análisis de las relaciones España-Nicaragua
María Elina Tejerina, María Ester Ríos, Karina Carrizo: Historia Actual y enseñanza: el decir de los contenidos.
Sonia Opazo Rodríguez, Eduardo Becerra Contreras: Estudios de Futuros: El Mercosur: ¿alternativa eficaz de integración sudamericana?


Como siempre, el número viene acompañado por una completa compilación de reseñas bibliográficas. Os recomiendo su visita. El enlace es el siguiente:


sábado, 8 de marzo de 2008

Obituario: Isabel Álvarez de Toledo (21 de agosto de 1936- 7 de marzo de 2008)


Mi bisabuela solía decir que ni el dinero ni el cariño pueden esconderse. A riesgo de perder la sencillez que embellece la sabiduría de estas palabras añadiría que tampoco la clase social. Isabel pertenecía por origen a la clase dominante. Aristócrata de rancio abolengo, eso sí, jamás se prestó a los juegos de esa emponzoñada nobleza española gozosa cumplidora de su función ideológica en la sociedad del espectáculo que, a través de los canales de la prensa rosa ofrece, bien una imagen impoluta de buen gusto y mejor familia, bien un lupanar de escándalos y adulterios; en uno u otro caso, difiriendo al infinito las miserias cotidianas del sufrido españolito que viene al mundo y que Dios guarde.
Conocí a Isabel cuando estudiaba la licenciatura de historia a través de Liliane Dahlman, amiga y compañera de estudios, a la sazón secretaria del archivo de Medina Sidonia. En la distancia que el tiempo interpone, recuerdo lo que entonces me asombraba y avasallaba de Isabel: su desparpajo al tratar a algunos mandarines de la academia sobre los que yo guardaba un reverencial respeto, por no decir, un temor sacro. Desparpajo que, al menos como lo recuerdo, parecía fundado en sólidas convicciones intelectuales. En otras palabras, no tenía el menor reparo en llamar ignorante a un eminente catedrático de historia apoyándose en los legajos del archivo, que por cierto era capaz de recitar de memoria. Esta seguridad, insisto, se sostenía en una vasta cultura que más quisiera para sí la nobilísima esposa de algún torero. Pero con el tiempo, he llegado a comprender que el privilegio de decir a los poderosos lo que uno piensa y decirlo con el descaro e incluso la brutalidad con la que solía hacerlo Isabel es sólo patrimonio de quienes han sido educados en las formas de la clase dominante.
Afortunadamente, Isabel sabía a quien le cantaba las cuarenta. Digo esto porque, si bien es seguro que en alguna ocasión se equivocó –absurdo sería pensar lo contrario- a mi siempre me trato con cercanía, complicidad e incluso en algún momento con ternura. Hablo de “mi” haciendo extensible el vocablo a la condición de mero estudiante y aprendiz de historiador que por aquel entonces me definía. Mi amiga y compañera de aula Marta Cía, quien compartió con ella muchos más ratos que yo, estoy seguro que corroborará esta valoración punto por punto. La furia aristocrática de Isabel no se volcaba con quien menos tenía, sino con quien, teniendo, creía y decía tener más de lo que realmente tenía. A nosotros, aprendices, nos estaba reservado otro trato. Un trato cálido acompañado de sus poco amables palabras sobre la católica (otra Isabel), del “timo” del descubrimiento de América o del de la batalla de Lepanto, de la ineptitud de los académicos, de la historia del archivo, de proclamas republicanas, de las reformas del quinceavo duque, de los folios marcados por la censura –y no la franquista, se trataba de una novela que ella acababa de mandar a una editorial de renombre- o del miedo a que la Zarzuela la envenenara –como de hecho un día creyó que había ocurrido con unos bombones navideños en mal estado (Marta y Liliane pueden confirmarlo).
Pero, más allá de todo este trasvase de información que para un principiante como yo resultaba asimilable sólo en pequeñas dosis (auque pequeñas dosis con Isabel nunca había), si hay algo de ella que recuerdo con más intensidad, si debo aferrarme a una sola imagen para describirla, es a la de su gesto trasmitiendo con vehemencia la verdad crítica en la que creía: deconstuir las mentiras de la historia oficial, mostrarnos hasta que punto la Gran Historia forjada desde la corona y las instituciones afines no era sino un relato hecho a la medida de un determinado grupo de poder. La verdad histórica estaba más allá de esas evidencias que nos habían enseñado en la escuela y en la academia. Y para que esta viera la luz, para desocultarla, había que enfrentarse, primero con uno mismo –con trabajo arduo y disciplina intelectual (allá en el archivo se trabajaba a ritmo de kibutz, no sé en algún que otro noble cortijo)- segundo, con un poderoso entramado institucional y académico. Isabel poseía las condiciones materiales y el habitus necesario para llevar a cabo dicha empresa. Ese ha sido su legado por lo que a mí respecta: la búsqueda incesante de la verdad frente a la verdad oficial. Por eso, Isabel, te mando junto con un fuerte abrazo estas palabras de Juan Hus desde tu querida Edad Media:


Busca la verdad
Escucha la verdad
Enseña la verdad
Ama la verdad
Vive por la verdad
Y defiende la verdad
Hasta la muerte
PD
He colgado en la sección “paginas web de historia” un enlace con la página web de la fúndación y archivo de Medina Sidonia. Este constituye el legado material que nos deja Isabel a todos los que, como alguien alguna vez le dijo no sin perplejidad, nos gustan los papeles viejos.


viernes, 7 de marzo de 2008

La dejación del ethos intelectual

Llevo tiempo valorando la pertinencia de incluir una entrada sobre las elecciones generales que tendrán lugar el próximo 9 de marzo en España. Finalmente he decido hacerlo desde una perspectiva que creo se aproxima al espíritu que anima este blog. Como muchos de vosotros sabréis se ha creado una Plataforma de Apoyo a Zapatero (PAZ) de carácter ciudadano pero cuya iniciativa ha partido de un grupo de artistas e intelectuales. Lejos de los insultos e improperios de los que ha sido objeto este grupo por parte de los medios afines a la derecha, me congratula el hecho de que parte del mundo de la cultura se posicione políticamente como colectivo e intervenga en la vida pública del país. Personalmente, me caben pocas dudas de que no asistiríamos al elenco de descalificaciones de pésimo gusto que profiere la derecha si dicha plataforma se hubiera denominado PAR (de apoyo a Rajoy). Mi crítica no toma esa dirección. El respeto a la toma de posición política del adversario constituye un valor democrático que, al menos en España, nos ha costado una guerra civil y una dictadura comenzar –y digo comenzar, aún no incorporar- a apreciar. Insisto, mi crítica desea transitar por otros derroteros.
Como he señalado, la plataforma si bien se autocalifica como ciudadana está comandada fundamentalmente por artistas e intelectuales reconocidos (la lista de los firmantes que aparece en la web de la plataforma sitúa en primer lugar a estos ciudadanos conocidos y luego, cuando pinchamos “lista completa” aparecen ciudadanos anónimos). El objetivo parece claro: movilizar el capital simbólico de este grupo de artistas e intelectuales al servicio de la candidatura de Zapatero. Si bien, de la fracción de los artistas inscritos en la plataforma cabe esperar que expresen su simpatía de forma afectiva y apelando a los sentimientos, no ocurre los mismos con respecto a los denominados intelectuales. De estos, dado el ethos al que se deben, esperaríamos que expresaran su apoyo a través del distanciamiento y la reflexividad, auténtico patrimonio del mundo intelectual. Dada su doble condición de intelectual y personas pública esperaríamos de ellos que nos explicaran en estos términos –distancia y reflexión- por qué creen que es conveniente apoyar al candidato socialista. Se puede argumentar que dicha explicación queda recogida en los textos y en los videos que ha producido la plataforma. Pero un breve vistazo a este material nos pone en guardia ante dicho argumento. En ese material no se reflexiona ni se argumenta: se reseñan los logros del gobierno en estos cuatro últimos años y se confía en una línea similar de progreso si finalmente las urnas sonríen a la candidatura de Zapatero. Se trata de un discurso afín a la lógica de la propaganda política, no del discurrir intelectual. Si los intelectuales de PAZ hubieran seguido los dictados de éste, habrían tenido que poner en suspenso sus simpatías políticas previas, partir de un análisis lo más despersonalizado posible de la situación política española, presentar las opciones probables desde una óptica crítica y desembocar en una valoración final lo más razonada posible, en función de las condiciones existentes y del campo de posibilidades. Actuar de la forma en la que lo han hecho es hacerlo como militante, no como intelectual. Y, que duda cabe, se trata de una opción legítima. Pero lo honesto entonces, lo acorde al propio ethos intelectual, hubiera sido no calificarse como intelectuales; es decir, evitar movilizar un capital simbólico asociado a esa figura cuando se está actuando de otro modo. Esta confusión de planos es un querer ganar a la vez a dos juegos distintos saltándose las reglas que gobiernan cada uno de ellos.
Especialmente doloroso resulta el caso de aquellos intelectuales de PAZ que en algún momento de su trayectoria se desmarcaron de la lógica bipartidista y apoyaron de forma razonada una opción de izquierdas crítica con lo fundamental; es decir, con las estructuras capitalistas. Particularmente son ellos los que deberían explicar de forma razonada y reflexiva por qué, precisamente ahora, consideran que no hay vida más allá de la socialdemocracia y del neoconservadurismo; véase del neoliberalismo económico. Si hubieran hecho esto, no estaría escribiendo estas líneas. Podría disentir de sus opiniones políticas, pero al menos no habrían hecho dejación del oficio, del ethos intelectual al que paradójicamente apelan para movilizar al electorado. Relacionado con el carácter y la ubicación de este blog, valga como contraejemplo las reflexiones que Roger Bartra nos ofrece en su página web La Jaula Abierta, cuya visita sin duda os recomiendo (disponéis del enlace en la sección de blogs). Soy un recién llegado al mundo intelectual mexicano, pero creo poder advertir en las diferentes entradas que Bartra dedica al neozapatismo, un progresivo distanciamiento e incluso una actitud decididamente crítica con el movimiento. Esta toma de posición política de Bartra evidentemente puede ser discutida por quienes no la comparten. Pero lo que resulta irreprochable es la fidelidad al ethos intelectual con la que articula su discurso. El autor se mueve por una propensión a comprender y a analizar el caso neozapatista, moviliza información, expone una cadena de razonamientos, articula dichos razonamientos con unas conclusiones; en una palabra, argumenta. Evidentemente este discurso intelectual también puede discutirse. Pero este no es el caso. Lo importante es que el doctor Bartra, hablando desde una palestra de corte intelectual, actúa como tal al posicionarse políticamente, no lo hace como militante. Aquí no hay dobles juegos: el ethos intelectual queda a salvo y por eso la palabra del autor vale como tal, como palabra dotada del carácter que le imprime el haber sido creada en el mundo del intelecto.
Es más, y con esto acabo, esta sería la peculiar forma que posee el intelectual de contribuir a conformar una sociedad democrática. Si pretende que su palabra adquiera valor político porque proviene del mundo intelectual, debe actuar como tal, debe sujetarse a las formas que impone ese mundo y evitar así la superposición de campos y de sus respectivas lógicas: déficit democrático sufre una sociedad en la que la política decide los lances intelectuales o en la que el intelectual se posiciona políticamente como militante ocultando la naturaleza de dicha operación bajo el crédito que la sociedad le dispensa, precisamente como intelectual. El pueblo español ha recorrido un largo trecho histórico, no exento de dificultades, en pos de una convivencia democrática. Pero que duda cabe que no se encuentra al final de ningún camino. Valga como pequeño ejemplo de todo lo que queda por recorrer el caso de los intelectuales de PAZ. Su acción constituye el triunfo del arte de la política. Lejos queda el triunfo del arte del intelecto.

PD
Al acabar de escribir esta reflexión he recibido la terrible noticia de que ETA ha asesinado al exconcejal socialista Isaías Carrasco. Desde este espacio, deseo sumarme a la condena del pueblo español que aspira a dejar atrás el asesinato como forma de hacer política.

martes, 4 de marzo de 2008

¿Qué podemos aprender del neozapatismo?


El pasado 1 de febrero tuvo lugar en la cafetería Karakola la presentación del libro Mandar Obedeciendo. Las lecciones políticas del neozapatismo mexicano de Carlos Aguirre Rojas. La presentación corrió a cargo del propio autor quien comenzó planteando a los asistentes un problema que aún no se encuentra del todo resuelto y al que la obra pretende contribuir a resolver: ¿por qué el zapatismo ha conseguido proyectarse más allá de su “espacio natural” hasta al punto de que podamos hablar de unas “lecciones políticas del neozapatismo mexicano” a nivel internacional?
No obstante, antes de responder a esta pregunta –por tanto, de señalar las líneas fundamentales de su trabajo- Carlos Aguirre creyó conveniente realizar una valoración del coloquio Planeta Tierra… Movimientos Antisistémicos que, como podéis ver en entradas anteriores del blog, tuvo lugar en San Cristóbal de Las Casas entre el de 13 y el 17 de diciembre de 2007 y en el que el grupo Contrahistorias, coordinado por el propio Carlos Aguirre, era uno de los miembros del comité organizador, junto con la Universidad de la Tierra y la Comisión Sexta del EZLN. Tras resaltar el éxito de asistencia al coloquio Carlos Aguirre quiso señalar su discrepancia con ciertos aspectos que acaecieron durante el encuentro. La idea del coloquio, que había partido del grupo de Contrahistorias, no aspiraba en principio a manejar un número tan alto de invitados y ponentes. Fue en cambio la Universidad de la Tierra la que propuso la mayor parte de los invitados que finalmente intervinieron en el coloquio. Como es bien sabido, la Universidad de la Tierra se caracteriza por su afinidad a la Teología de la Liberación. Carlos Aguirre celebró el hecho de que dentro una institución tan profundamente conservadora como la Iglesia Católica surgiera una fisura de este tipo que implicara a un sector de la misma en línea de causas de signo progresista. Sin embargo, echó en falta en este movimiento cristiano un posicionamiento de izquierdas más claro y radical; valoración que hizo extensible a los organizadores del coloquio vinculados a la Universidad de la Tierra, así como a los ponentes que éstos invitaron. No obstante, si bien consideró que esta diversidad de opiniones debe tener cabida en el espectro de la izquierda, mostró su absoluto rechazo ante algunas intervenciones de estos invitados; como fue el caso del filósofo argentino Enrique Dussel quien llegó a afirmar en una de las mesas: “No son pueblos muy educados políticamente los nuestros, son muy primitivos a veces, no saben todavía ciertas cosas”, lo que provocó el rechazo de muchos de los asistentes –entre ellos el propio Marcos quien finalizó su intervención al día siguiente afirmando: “que suerte poder aprender de tanta ignorancia”-.
En consecuencia, tras marcar las necesarias distancias frente a la política organizativa de la Universidad de la Tierra, Carlos Aguirre pasó a discutir los ejes fundamentales de su obra Mandar Obedeciendo, para lo que retomó la pregunta con la que abrió la presentación: “¿por qué es posible hablar de lecciones políticas del neozapatismo mexicano a nivel internacional?” Según el autor, parte de la explicación hay que buscarla en el hecho de que el neozapatismo está planteando problemas universales para los que ofrece respuestas universales. Es decir, en primer lugar, el proyecto neozapatista pone sobre la mesa una serie de cuestiones que afectan a la mayor parte de la población mundial: los efectos del neoliberalismo, el problema de la tierra, la salud, la vivienda y el trabajo; la paz, la libertad y la democracia –entre otros-. En segundo lugar, el neozapatismo ofrece una respuesta práctica a estas cuestiones, susceptible también de una proyección universal: “otra política” y “otra democracia” que constituyen, según Carlos Aguirre, esas lecciones políticas que nos lega el zapatismo. En relación a esta problemática, el autor apuntó y discutió en torno a dos cuestiones fundamentales.
Primero: en torno al oximorón zapatista “mandar obedeciendo”. Esta máxima supone una redefinición de las categorías de mando y obediencia, así como la relación entre ambas. Efectivamente mandar obedeciendo puede traducirse por “autogobierno del pueblo”; es decir, una redefinición de la relación mando-obediencia que implica que el gobierno obedece y el pueblo manda.
Segundo: el oximorón “mandar obedeciendo” lleva implícita una reconceptualización de la práctica de la democracia, en la línea de una recuperación de su sentido primigenio: puesto que el pueblo no puede gobernar sobre una minoría, si gobierna, sólo puede hacerlo sobre sí mismo. Ahora bien, como nos recuerda Carlos Aguirre, esta redefinición de la democracia no sólo tiene lugar a nivel teórico: se encarna en la propia estructura de las comunidades zapatistas; en concreto en las asambleas colectivas (caracoles) donde reside el poder de la comunidad y donde éste se ejerce, quedando la acción del gobierno reducida a la mera gestión de las decisiones tomadas. Otro aspecto que caracteriza a esta “otra democracia” es su carácter consensual en relación a la toma de decisiones. Lejos de los estándares de la democracia liberal cuantitativa, la democracia zapatista toma las decisiones por consenso colectivo, si bien respetando y conservando el punto de vista de la minoría -en el caso de que este se mantuviera-. Este hecho permite además recuperar dicha visión minoritaria en caso de que el punto de vista mayoritario demuestre estar equivocado: la sociedad, de esta manera, no tiende a desgarrarse entre mayorías y minorías.
En conclusión, una “otra política” se deriva de estas dos redefiniciones que propone el neozapatismo Una “otra política” que supone cuestionar dicha actividad como coto privilegiado de unos pocos profesionales al que sólo puntualmente somos invitados la mayoría de la población. Una “otra política” que considera al pueblo no sólo como el depositario formal de la soberanía, sino como protagonista constante de la toma decisiones, conformándolo definitivamente como sujeto y objeto de la acción de gobierno. Esta “solución” que ofrece el neozaptismo, pese a sus peculiaridades y los problemas que van surgiendo en la práctica de dicha teoría política, nos recuerda el autor, constituye sin duda una “lección política” susceptible de universalización.
Tras esbozar estos ejes fundamentales, Carlos Aguirre respondió a las preguntas que le formularon los asistentes; cuestiones que abordaban el problema del neozapatismo desde diferente ángulo y que permitió disponer de un panorama general del movimiento: el acoso que están sufriendo actualmente las comunidades zapatistas por parte del gobierno del PAN, la necesidad de movilizar apoyos para contrarrestar un incremento de la violencia y un posible nuevo Acteal, la postura del PRD al respecto y su fisura entre elite y bases del partido, la posibilidad de exportar la experiencia zapatista a otros contextos geográficos y culturales, la transmisión generacional del saber acumulado dentro del zapatismo, la Otra Campaña, etc.

Carlos Aguirre Rojas: Mandar obedeciendo. Las lecciones políticas del neozapatismo mexicano. Los Libros de Contrahistorias y Centro Emmanuel Wallerstein, México 2007.

viernes, 29 de febrero de 2008

Filosofía y exilio




El pasado 31 de enero impartí en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM el seminario Historia Social de los filósofos españoles exiliados en México. El seminario tenía como objetivo presentar las líneas fundamentales de la investigación postdoctoral que llevaré a cabo en la UNAM durante este curso académico y el siguiente.
La sesión quedó articulada en tres grandes ejes: presentación de las diferentes fases de la investigación, justificación teórica del proyecto y turno de debate. 6 fueron las fases de investigación que propuse: construcción y delimitación del objeto de estudio, la acumulación primitiva, la ruptura y la guerra civil, la formación del campo filosófico del exilio, la evolución del campo filosófico del exilio y las tomas de posición política de los filósofos exiliados. En la segunda parte de la intervención planteé una serie de problemas teóricos derivados del enfoque metodológico desde el que pretendo desarrollar la investigación. Este enfoque coincide fundamentalmente con la propuesta que, sobre sociología de los intelectuales –y en concreto de la filosofía-, han desarrollado Pierre Bourdieu y sus sucesores en el Centre de sociologie européenne. Especialmente me centré en dos cuestiones claves: la posibilidad de efectuar un análisis sociológico del discurso filosófico y los vínculos que se establecen entre la trayectoria institucional e intelectual de los agentes filosóficos con las tomas de posición política que éstos operan.
Finalmente, en el turno de debate intervinieron varios investigadores del Instituto, quienes apuntaron diferentes aspectos relativos a la investigación y al enfoque teórico en el que ésta se sustenta. Gilberto Giménez contribuyó señalando la necesidad de ponderar en mi propuesta de investigación dos aspectos claves del proyecto bourdieusiano. En primer lugar, el peligro de una recaída en el determinismo como consecuencia de una antropología filosófica basada en la noción de habitus. ¿Cómo escapar a un “destino escrito” en las disposiciones incorporadas por los agentes? En este sentido, se recordó la necesidad de reconsiderar en la investigación el posible ejercicio de reflexividad crítica que los propios filósofos habrían podido llevar a cabo para hacer conscientes y controlar esos determinismos, lo que redundaría en una conquista de cotas de libertad y autonomía. En segundo lugar, el doctor Giménez advirtió la necesidad de evitar un cierto sociologismo que podría derivarse de una valoración del discurso filosófico como efecto exclusivo de la illusio, de una mera creencia social efecto de la doxa del campo; lo que llevaría a ignorar el valor cognoscitivo del propio discurso filosófico y el sentido que los propios filósofos daban a sus producciones.
Por su lado, Roger Bartra plateó tres cuestiones relativas a la aplicación del enfoque teórico sobre el objeto de estudio propuesto. Primero, sin cuestionar la coherencia del modelo teórico que presenté, el doctor Bartra indicó que a estas alturas de la investigación el modelo presentado podía servir para cualquier caso de exilio intelectual, lo que suponía obviar, en cierta manera, la influencia de la propia realidad objeto de estudio, o bien, cómo ésta indefectiblemente proporciona una particular textura al modelo teórico. En segundo lugar, se recomendó tener en cuenta una variable clave a la hora de valorar las tomas de posición política del exilio y sobre la que no había hecho mención en mi presentación: la importancia de la dimensión regional y nacional dentro de la realidad española. Finalmente el doctor Barthra advirtió la necesidad de mantener abierta la delimitación del objeto de estudio con el fin de incluir, no sólo a la población que el propio campo filosófico reconoce como filósofos, sino a aquellos intelectuales que, situados al margen del campo, pudieron realizar contribuciones que, vistas desde la perspectiva actual, se revelan de gran lucidez y pertinencia.
El doctor Julio Bracho señaló la necesidad distinguir dos dimensiones del problema a analizar: la intelectual y la específicamente institucional; concluyendo que la construcción del campo del exilio es un problema fundamentalmente de carácter institucional o académico. Por otro lado, se interesó por el volumen de población que, tras una primera aproximación, constituiría el objeto de estudio advirtiendo que su escaso número condicionaría la metodología y el enfoque de estudio; especialmente, señaló, por lo que a un estudio de clase social se refiere.
Finalmente, el doctor Carlos Aguirre me invitó a ahondar en las relaciones entre trabajo intelectual y campo político; orientando la cuestión hacia el caso concreto de la guerra civil y cómo este hecho externo al campo reconfiguró todo el entramado de la filosofía hispana condicionando la producción intelectual hasta la actualidad, de forma que –al contrario de lo en ocasiones puede decir de sí el propio discurso filosófico - el estado actual de la filosofía española es directo deudor de la experiencia de la guerra.
Aprovecho para agradecer la presencia de todos los asistentes al seminario y especialmente a los investigadores que intervinieron en el debate, realizando indicaciones que fuera de toda duda mejorarán el trabajo que ahora comienzo. Cualquiera de vosotros que esté interesado en el texto completo de mi exposición puede pedírmelo en mi dirección de correo electrónico: alejandro.estrella@uca.es

miércoles, 27 de febrero de 2008

Pensar la globalización, pensar el pensamiento único.


Mi compañero y amigo Isarel San Martín -con quien tuve la suerte de coincidir en Santiago de Compostela durtante mi estancia de investigación- acaba de publicar Entre dos siglos: globalización y pensamiento único. Se trata de una necesaria reflexión sobre la gran influencia de las ideas en el mundo que nos rodea y que construimos dia a dia. En él, el autor describe y analiza las dos visiones predominantes de la globalización (la liberal y la altermundista) en sus dimensiones políticas, sociales y económicas, a la vez que muestra los debates que han generado, las «guerras culturales» que han provocado y los distintos pensamientos en los que se han apoyado. Estos últimos han devenido en «únicos», al buscar solo la preeminencia y el dominio de uno sobre otro, nunca el dialogo o la síntesis. El libro tiene un marcado caracter propositivo en la idea de construir un pensamiento dialógico, plural y complejo. Escrito con un cuidadoso control epistemológico y metodológico, es el resultado del contacto y la observación de la realidad histórica e intelectual a través de la privilegiada atalaya de la interdisciplinariedad y el contacto científico e historiográfico.


Tabla de contenidos:

Agradecimientos

Prólogo

Introducción


I. LA GLOBALIZACIÓN COMO LA IDEOLOGÍA DE OCCIDENTE Y DEL "PRESENTE ETERNO"

La globalización

La proposición del capitalismo y de la democracia liberal como únicas alternativas

El aprovechamiento de la caida del llamado socialismo real

La defensa de una sociedad petrificada

El conocimiento científico al servicio del mercado

II. EL PENSAMIENTO ÚNICO LIBERAL COMO PRODUCTO INTELECTUAL DE LA GLOBALIZACIÓN

El pensamiento único como consecuencia del apareamiento entre la nueva derecha, las terceras vías y el neoconservadurismo

El pensamiento único liberal

Las limitaciones del pensamiento único liberal y de sus discusiones

III. LA GLOBALIZACIÓN ALTERMUNDISTA

El descalabro del neoliberalismo

El fracaso del modelo político e intelectual del pensamiento único liberal

La lucha por "otro mundo" y otra globalización

IV. EL PENSAMIENTO ÚNICO ALTERMUNDISTA

Ideario

El compromiso con la sociedad

V. HACIA UN PENSAMIENTO PLURAL, COMPLEJO, POLIÉDRICO Y EN CONTINUO DEBATE

La importancia de la historia y de los hombres

La necesidad de una nueva Historia universal o una nueva historia mundial

Por un nuevo pensamiento contingente, complejo, plural, poliédrico y continuo debate


Bibliografía


Israel Sanmartín Barros, doctor en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela, es especialista en historiografía, metodología y teoría de la historia. En Ia actualidad es miembro del Grupo de Investigaciones Historiográficas de la Universidad de Santiago de Compostela - anteriormente del Instituto de Estudios Gallegos Padre Sarmiento (CSIC)- y coordinador técnico de la Red Académica Internacional Historia a Debate.